jueves, 6 de agosto de 2009

¿HABLAMOS CON CAPARRÓS? - IMPRESIONES DE ÁFRICA


Por Martín Caparrós*

Chicos del continente negro

En ningún lugar del mundo se ven tantos chicos como en África. En los países más ricos, los chicos se ven poco: están en escuelas, clubes, cursos, casas, el psicólogo o el vendedor de videojuegos. En África hace calor, la vida corre por las calles, y muchos no tienen escuela o casa dónde estar; tantos, además, trabajan y algunos, incluso, combaten.

Hay, dicen –las cifras africanas siempre son conjeturales–, unos 400 millones, y la natalidad sigue siendo más alta que en ninguna otra región. Pero cada año se mueren cinco millones de menores de cinco años y el número, en lugar de disminuir, aumenta. Uno de cada tres chicos africanos está mal nutrido. Sólo el 60 por ciento de los menores de 12 va a la escuela, y el 35 por ciento trabaja. Hay 12 millones de huérfanos del sida y casi 3 millones de HIV positivos; hay más de 120.000 niños soldados.

En ningún lugar se ven tantos chicos como en África. Y, muchas veces, tienen esas caras de felicidad que sólo un chico puede: la ignorancia.

Mea culpa

A muchos África les duele; a mí me huele tanto. También me duele, a veces, pero me huele todo el tiempo: no conozco zona del mundo tan fragante.

África rebosa en sus olores, todo tipo de olores. Está el olor de la sangre en los mercados, las verduras extrañas, las especias; el olor de sus árboles y plantas, navegando por el aire incandescente; el olor del dinero –el olor tan sobado, transpirado, obsceno de los dineros africanos–; el olor de bosta de animales en las calles; el olor, en cualquier sitio donde se junta gente, del jabón de coco con que se lavan los más pobres. Y está el olor de cuerpos: siempre me dio vergüenza mencionar el olor a sudor negro –un olor acre, penetrante, despiadado–, hasta que un zambiano me dijo hace unos años que los blancos olíamos a muerto. Y está, demasiado a menudo, el olor brutal de los orines.

–¿Olor a qué?

–A meo, señora, ¿no lo huele?

–Ay, ¿cómo dice esas cosas?

Cuando el mundo estaba lleno de culturas diferentes, cada cual tenía sus tabúes. Había unos pocos que compartían casi todas: el tabú del incesto es –más o menos– universal. Pero hay tantos que no. Los tabúes de lo que se puede o no mostrar del cuerpo, por ejemplo, son de lo más variado. En África o América a ningún pueblo se le ocurrió ocultar las mamas de las hembras hasta que llegaron los europeos y les mostraron que las tetas eran algo demasiado importante como para dejarlo descubierto. Hasta principios del siglo XX los europeos se escandalizaban si una mujer enseñaba un tobillo, y tantos moros todavía tapan del todo a sus señoras: hay opiniones muy diversas. Pero casi todos coinciden en esconder los sexos de ambos sexos: son pocas las culturas que los muestran. Aunque, por supuesto, depende. En casi toda África, mear en público es habitual para los hombres. En tantas calles, hombres y más hombres con su trozo en la mano, bautizando el mundo. Hombres tranquilos –ni mirada furtiva ni apuros insalubres– que emiten, gotean, se la sacuden, se la guardan, miran en torno satisfechos. Hombres que, sin tabú que los detenga, llenan las calles africanas de ese olor espeso, ácido, amarillo. En cambio, me decía hace unos días Falma, en Addis Abeba, si se me ocurre comer caminando por la calle, cualquier cosa, una galleta, una frutita, no te podés imaginar cómo me miran, las cosas que me dicen.

Patrias

Yo a esa gente la conocía, eran mis vecinos, nos saludábamos todos los días, señor, qué tal, cómo anda. Y le juro que se volvieron locos, desconocidos, eran como bestias. Yo decía pará, Tom, pará, Wally, y era como hablarle a un perro rabioso, señor. Algo les pasó, pobres muchachos.

El hombre es uno de tantos: esta tarde, cerca de Moamba, a unos kilómetros de la frontera sudafricana, los migrantes que huyen de la violencia van llegando de a poco. Sentadas junto al río, dos mujeres esperan a sus hombres. Algunos llevaban muchos años allí; otros muy pocos. Dicen que había como un millón: aquí, en Moamba, todos los jóvenes que entrevisté me dijeron que sus padres trabajan en las minas del otro lado –y dos me dijeron que tenían, además, del otro lado, otra familia.

–Nosotros nunca pensamos que nos hicieran esto, señor: si eran como nosotros.

La historia es tan vieja como el peine: un grupo de personas se desespera porque no vive como quiere, no encuentra vivienda, una mujer, trabajo, y de pronto descubre que hay otros que sí tienen empleo –porque aceptan los que ellos no quieren–, y que no tienen el mismo origen étnico, religioso, nacional que ellos. Entonces recuerdan esa diferencia y la convierten en bandera y salen a reventar a esos distintos que ayer eran iguales. Dicen que ya llevan unos 120 mozambicanos muertos –y también matan trabajadores de Malawi, Zambia, Zimbabwe, lo que haya. Dicen, también, que el movimiento empezó en Alexandra, el gran suburbio de Johannesburgo que fue el mejor bastión de la guerra contra el apartheid: un ejemplo para la libertad.

–No sabe, señor, andaban como locos, ya le digo. A mi casa vinieron con una bandera de Sudáfrica y me decían besala, besala; yo traté de besarla para que me dejen tranquilo pero entonces me agarraron y me dijeron hijo de puta, querías pelotudear con nuestra bandera, ya vas a ver, te llevás nuestro trabajo, nuestras mujeres y ahora te metés con la bandera…

Entonces, dice, lo hicieron salir, le quemaron la casa, no lo mataron porque estaban muy borrachos. Para estas cosas, entre otras, suele servir la patria.
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Martín Caparrós nació en Buenos Aires en 1957. Comenzó su carrera periodística en el desaparecido diario Noticias en 1973. Entre 1976 y 1983 vivió el exilio en París (donde se licenció en Historia en la Sorbona) y en Madrid. Ha hecho periodismo deportivo, taurino, cultural, gastronómico, político y policial en prensa gráfica, radial y televisiva. Sus artículos aparecen en diversos medios de América y Europa. Dirigió los mensuarios El Porteño, Babel, Página/30, Sal y Pimienta y Cuisine & Vins. Ha publicado una decena de novelas, libros de viajes y ensayos, entre los que se destacan No velas a tus muertos (novela, 1986) y la recientemente publicada La historia (novela, 1999). Publicó recientemente, en colaboración con Eduardo Anguita, una monumental obra en tres tomos sobre la militancia revolucionaria de los años setenta: La Voluntad. (Biografía tomada de www.literatura.org).

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