Por Margarita Isaza V.
El 17 de octubre murió un gran escritor caribeño. Los lectores han repasado su obra, y su figura ha sido recordada en diarios y revistas. Ya sólo resta escuchar la voz de su alma para que no se olvide su nombre.
Vivir
“Es tal vez superfluo hablar de ese tal don Germán, que deambula todavía, bohemio, insatisfecho, a medias desconocido, por esas calles de Dios. Prefiero que sea mi obra la que vaya conociéndose: es ella la que puede llegar a justificarme. Sobre mi vida personal han prosperado numerosos mitos, que no me animo jamás a confutar. Unos dicen que soy suave, benevolente; otros, que áspero, irritable. Los hombres somos, en punto a nuestro ser último, tantas personalidades distintas cuantas personas nos conozcan. Lo que digamos de nosotros mismos tiene poco valor. Nos gusta arreglar nuestra imagen para la posteridad. Fui amigo de algunos escritores muertos: León de Greiff, Camacho Ramírez, varios otros. Hice bohemia con ellos. Ahora suelo moverme en círculos reducidos, no hago vida social. He viajado un poco: he vivido en África, en Europa. No he hallado en esos viajes nada que me sea ajeno como latinoamericano. Por eso sigo afirmando nuestra condición universal, brotada de nuestro mestizaje de culturas. En la actualidad, vivo casi en función de la literatura, pese a no haber amasado jamás una fortuna. Estoy un poco perdido para el mundo, quizá también para el demonio. En la vida del hombre no suelen suceder más de dos o tres cosas realmente importantes. Para mí son importantes mi matrimonio, el nacimiento de mis hijos, muy pocos hechos más. No obstante amo, amo el universo, amo al detestable ser humano, amo a la desnaturalizada patria. Quizá no soy sino eso: un hombre capaz de apasionarse” (1).
“Aunque a ratos soy irritable, jamás me habita el frío sentimiento de la ira. Nunca he tomado venganza de nadie, nunca he alzado la mano contra nadie. No me interesa en absoluto la política literaria (entendiendo por tal las pequeñas intrigas, mezquindades y zancadillas del mundo de la literatura) y jamás he vetado a ningún colega. Cuando admiro a otro autor, no escondo esa admiración, sino todo lo contrario. La divulgo, la razono” (2).
Escribir
“Yo empecé a escribir a la edad de doce años, en 1950, y sólo escribía poesía lírica. Jamás me pasó por la cabeza, hasta diez años después, hacer narrativa. ¿Que qué buscaba? Bueno, yo leía mucha narrativa, sobre todo europea, y cuando empecé a leer libros colombianos me hallé con un realismo plano, sociologista, que casi divergía de la literatura. Me refiero a obras como Viento seco, Pogrom o Siervo sin tierra. Pésima literatura que, en ciertos casos, aún es predicada en los colegios. Colombia, después de haber producido María o 4 años a bordo de mí mismo, padecía una crisis de su fantasía creadora. El único boquete de luz era La hojarasca, de García Márquez, publicada en 1955. Fue entonces cuando se me ocurrió escribir cuentos fantásticos, que más tarde recogí en mi volumen La noche de la Trapa. Se trataba de volver la narrativa nacional a los terrenos de la imaginación, del sueño, incluso del delirio. Comencé a escribir esos cuentos en 1961 y publiqué algunos en el semanario Sucesos, que dirigía Rogelio Echavarría. El salto a la novela no lo di sino cinco años más tarde, cuando escribí La lluvia en el rastrojo (inicialmente titulada El escamoteo), que sólo vino a ser publicada al cabo de veinticuatro años. Entre 1967 y 1968, escribí Los cortejos del diablo, que apareció originalmente en Montevideo y Caracas en 1970. Yo había hecho una entrevista a Jorge Zalamea para la revista Letras Nacionales, y él me había manifestado su perplejidad ante el hecho de que nadie reparase, como material de novela, en nuestro pasado histórico. Una temporada que pasé en Cartagena me volvió a familiarizar con el mundo de la Inquisición y en él tomé impulso” (3).
“Ser verosímil significa ir hasta el arcoíris de lo fantástico. Nada más inverosímil, más fantástico y hasta más fantasmagórico que la vida real. Pero que quede claro: por fantástica que sea, una narración tiene que ser aceptada por el lector como algo que pudo ocurrir. De otro modo, el autor ha fracasado” (3).
“Alguna vez dije que yo, para escribir, no necesito ni silencio ni condiciones especiales. Escribo como sea y donde sea… siempre y cuando sienta la necesidad. He escrito a bordo de aviones, de trenes, en hoteles. Pero lo mismo puedo quedarme seis meses sin escribir nada, si no siento el impulso de hacerlo. Por supuesto, lo hago mejor rodeado de soledad o con la silenciosa compañía de Josefina, que lee mientras yo pulso las teclas” (4).
“Hice periodismo, incesantemente, entre 1955 y 1975. Así me gané la vida. Trabajé cinco años como redactor político en la United Press International, luego en Diariovisión, en El Siglo, en Vea, en El Tiempo… Lo que pasa es que el periodismo no fue nunca mi vocación. Por eso no traté de descollar mucho en él. Por regla general, no firmaba mis escritos, salvo las crónicas y los artículos de fondo” (3).
Su literatura
“La literatura no es una creencia, es un destino. La función del arte es la de aportar un goce, la de consolar, la de ensanchar la mente” (3).
“Las obras que mayor esfuerzo me costaron fueron, sin duda, La tejedora de coronas y El signo del pez. Tal cosa me inclina mucho hacia ellas, pero prefiero no establecer jerarquías, como no lo haría entre mis hijos. Si mira bien, después de La tejedora…, he publicado otras nueve obras en prosa, entre ellas cuatro que pertenecen al género ensayístico. Dentro de ese género, estimo mucho mi libro La aventura del lenguaje, que a cierto académico nariñense mereció sólo conceptos toscos y casi procaces. Hay ensayos míos, en Liebre en la luna, en los que nadie parece haber reparado, tal como el titulado ‘El despertar de los bacantes’, un análisis de lo apolíneo y lo dionisíaco como dos caras de la moneda creadora, cuyas veintisiete páginas me costaron cinco años de investigación” (5).
“No creo que sea posible ubicarme en escuelas, ni siquiera en tendencias. Mis maestros han sido de todas las épocas. En muchas ocasiones, por ejemplo, he hablado de la influencia que sobre mí han ejercido los poetas occitanos, y nadie parece conmoverse por tal cosa. A lo mejor ignoran quiénes fueron los poetas occitanos. Lo cierto es que en mí han dejado sedimento muchas obras y muchas culturas. Se repite que admiro a Mann, a Proust, pero se olvida que también a Rabelais, a Dumas, hasta al inefable Lesage. Nadie parece acordarse de que dos de mis grandes modelos fueron Sue y Dickens, y que venero a los góticos: Walpole, Lewis. Soy, en ese sentido, un escritor de síntesis, no de escuela ni de capilla, y se romperán la cabeza quienes obtusamente quieran seguir encasillándome en corrientes de moda. Escritores de síntesis fueron, en sus tiempos, Thomas Mann, Aldous Huxley, Hermann Hesse, Robert Graves” (5).
“Si usted repasa mis escritos, verá que mi tema más recurrente es el de la sociedad como implacable basilisco que mata cuanto mira. Es un tema que está presente en La tejedora de coronas, en El signo del pez y, desde luego, en Los ojos del basilisco. También la soledad del ser humano se encuentra presente en casi todos mis textos” (3).
La tejedora
“El día 20 de julio de 1969, el día en que el hombre llegó a la luna, después de haberme enterado de todas las peripecias del alunizaje, me surgió como brotada de un delirio astronómico la imagen de Federico Goltar descubriendo un planeta, no en la docta Europa, sino en la remota Cartagena de Indias, y justamente en los días anteriores inmediatos al asalto de la ciudad por la flota francesa” (4).
“Para mí Genoveva Alcocer es algo mucho más concreto. Es un ser de carne y hueso, a quien un triste mortal —que soy yo— transmitió el privilegio de, eventualmente, no morir nunca. Cuando pienso en ella, la veo viva en los distintos períodos de su vida: puedo verla ante mí a los dieciocho años, cuando era novia de Federico Goltar; puedo verla cercana a los noventa, cuando su proceso. La puedo ver con una fuerza de realidad superior a la cualquier otra de mis imaginaciones. La veo vestida, desnuda, afligida, exultante, patética, irónica… A veces, la deseo sexualmente, lo cual puede lamentablemente comportar un acto de narcisismo” (6).
Morir
“La muerte es una amiga que tenemos reservada, pero que, por regla general, no sabe golpear a tiempo” (5).
“Fui una página de Rubén Darío
que me alegró en la infancia profunda.
Fui una aliteración de Verlaine.
Fui un autorretrato de Van Gogh
que es el más bello reproche que se me hizo.
Fui el rosa pálido de un crepúsculo
o el instante en que, al concluirla,
reinicié la lectura de Ulises.
Fui esa noche en tus brazos
Fui la suma de mis instantes felices” (6).
___
1. “Vida y obra de Germán Espinosa”, entrevista de Ruth Cano, grabada el 24 de noviembre de 1986 y transmitida por varias emisoras culturales.
2. “Espinosa: tiempos de transformación”, de Evelio Rosero Diago. Se publicó el 12 de mayo de 1991 en El Universal, de Cartagena.
3. “Entre el significado y la fantasía”, de Juan Manuel Silva. Se publicó en diciembre de 1996 en la revista Gaceta, del Instituto Colombiano de Cultura.
4. “Un escritor fascinado por las sectas esotéricas”, de Eloy Yagüe Jarque. Se publicó el 8 de mayo de 1998 en el suplemento Hoy x Hoy, de Caracas.
5. “Encuentro con Germán Espinosa”, de Luz Mery Giraldo. Se publicó en agosto de 1994 en la Revista de la Universidad del Valle, de Cali.
6. “Las confesiones de Germán Espinosa”, de Jorge Consuegra. Se publicó en noviembre de 1991, en varios diarios colombianos de provincia.
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